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Candido, o El Optimismo

Voltaire

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Candido, o El Optimismo

CAPITULO PRIMERO

Donde se da cuenta de como fuГ© criado Candido en una hermosa quinta, y como de ella fuГ© echado ГЎ patadas.

En la quinta del SeГ±or baron de Tunderten-tronck, tГ­tulo de la Vesfalia, vivia un mancebo que habia dotado de la Г­ndole mas apacible naturaleza. VГ­ase en su fisonomГ­a su alma: tenia bastante sano juicio, y alma muy sensible; y por eso creo que le llamaban Candido. Sospechaban los criados antiguos de la casa, que era hijo de la hermana del seГ±or baron, y de un honrado hidalgo, vecino suyo, con quien jamas consintiГі en casarse la doncella, visto que no podia probar arriba de setenta y un quarteles, porque la injuria de los tiempos habia acabado con el resto de su ГЎrbol genealГіgico.

Era el seГ±or baron uno de los caballeros mas poderosos de la Vesfalia; su quinta tenia puerta y ventanas, y en la sala estrado habia una colgadura. Los perros de su casa componian una xauria quando era menester; los mozos de su caballeriza eran sus picadores, y el teniente-cura del lugar su primer capellan: todos le daban seГ±orГ­a, y se echaban ГЎ reir quando decia algun chiste.

La seГ±ora baronesa que pesaba unas catorce arrobas, se habia grangeado por esta prenda universal respeto, y recibia las visitas con una dignidad que la hacia aun mas respetable. Cunegunda, su hija, doncella de diez y siete aГ±os, era rolliza, sana, de buen color, y muy apetitosa muchacha; y el hijo del baron en nada desdecia de su padre. El orГЎculo de la casa era el preceptor PanglГіs, y el chicuelo Candido escuchaba sus lecciones con toda la docilidad propia de su edad y su carГЎcter.

Demostrado estГЎ, decia PanglГіs, que no pueden ser las cosas de otro modo; porque habiГ©ndose hecho todo con un fin, no puede mГ©nos este de ser el mejor de los fines. NГіtese que las narices se hiciГ©ron para llevar anteojos, y por eso nos ponemos anteojos; las piernas notoriamente para las calcetas, y por eso se traen calcetas; las piedras para sacarlas de la cantera y hacer quintas, y por eso tiene Su SeГ±orГ­a una hermosa quinta; el baron principal de la provincia ha de estar mas bien aposentado que otro ninguno: y como los marranos naciГ©ron para que se los coman, todo el aГ±o comemos tocino. De suerte que los que han sustentado que todo estГЎ bien, han dicho un disparate, porque debian decir que todo estГЎ en el Гєltimo ГЎpice de perfeccion.

EscuchГЎbale Candido con atenciГіn, y le creГ­a con inocencia, porque la seГ±orita Cunegunda le parecГ­a un dechado de lindeza, puesto que nunca habia sido osado ГЎ decГ­rselo. Sacaba de aquГ­ que despues de la imponderable dicha de ser baron de Tunder-ten-tronck, era el segundo grado el de ser la seГ±orita Cunegunda, el tercero verla cada dia, y el quarto oir al maestro PanglГіs, el filГіsofo mas aventajado de la provincia, y por consiguiente del orbe entero.

PaseГЎndose un dia Cunegunda en los contornos de la quinta por un tallar que llamaban coto, por entre unas matas vio al doctor PanglГіs que estaba dando lecciones de fГ­sica experimental ГЎ la doncella de labor de su madre, morenita muy graciosa, y no mГ©nos dГіcil. La niГ±a Cunegunda tenia mucha disposicion para aprender ciencias; observГі pues sin pestaГ±ear, ni hacer el mas mГ­nimo ruido, las repetidas experiencias que ГЎmbos hacian; viГі clara y distintamente la razon suficiente del doctor, sus causas y efectos, y se volviГі desasosegada y pensativa, preocupada del anhelo de adquirir ciencia, y figurГЎndose que podГ­a muy bien ser ella la razГіn suficiente de Candido, y ser este la suya.

De vuelta ГЎ la quinta encontrГі ГЎ Candido, y se abochornГі, y Candido se puso tambiГ©n colorado. SaludГіle Cunegunda con voz trГ©mula, y correspondiГі Candido sin saber lo que se decia. El dia siguiente, despues de comer, al levantarse de la mesa, se encontraron detras de un biombo Candido y Cunegunda; esta dexГі caer el paГ±uelo, y Candido le alzГі del suelo; ella le cogiГі la mano sin malicia, y sin malicia Candido estampГі un beso en la de la niГ